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ISSN 1989-4163

NUMERO 132 - ABRIL 2022

 

La Ira de la Noche

Adán Echeverría

i.

Ahí están las calles abiertas de árbol en árbol reducidas a hileras que transitan y atraviesan la rota ciudad con su brillito de espectaculares que no dejan tiempo para la reminiscencia
Cerquita del suelo las grietas continuas de tantos caminares
pasos que surcan la historia de asfaltos y jardines hechos caos
                           Mariposas de luz cruzan avenidas con el aullido próximo en cada parpadeo de la velocidad en esa laxitud que asoma   cuadro por cuadro   los ojos victoriosos sobre las carnes que deambulan
Son las dueñas de la noche presurosas en su multicolora vestimenta

Ocultan las preocupaciones de hijos que apenas duermen en su cuarto después de cenar
cálidos en el abrazo tras el beso de las buenas noches y la despedida

Ellas salen escapan se atreven con el disfraz bien puesto del valemadrismo
para evitar sentirse víctimas de nadie y guardarse la moral en algún bolsillo trasero
en algún elástico de las medias
mientras los trapezoides pasan y regresan por las avenidas
con sus silbatos y bigotes y sus pitidos cardenales

Ellas   nuestras ellas de tacones     fingen enamorarse del vacío
permanecen sonrientes junto a la humareda de la mentada de madre que les arrojan
con los silbidos atronadores que las hieren
cual si fueran navajitas íntimas del viento que la noche precipita sobre sus escotes:
                                      ¡Ahora me ves! ¡Ahora no me ves, cariño!
¡Ahora estoy desnuda para ti   y no te avientas!
¡Travesura cárnica de la desesperanza, déjame beber de ti toda la noche!
¡Déjame perderme en la impudicia de tus manos calamares!

¡A mí no me digas perra india fea!
                                                             ¡Qué te has creído!

 


ii.

calles abajo calles arriba encrucijadas de luz y sombra por cada árbol testigo
ellas abundan en calles deshabitadas calles como mordidas que no las terminan de masticar
las bocas de sal en que se levantan levitan y languidecen bajo el marco
de las cortinas metálicas que no se aquietan en la duermevela y la nostalgia

al avanzar la noche ellas caminan hacia los bares en busca de frescura
de alguna voz amiga entre pellizcos luces sudores que saltan de piel a piel:

¡Vamos, Albertito, sírveme otra copa, que sabes que te pago
al final de la semana!

Al caer la oscuridad   vacías quedan las oficinas los comercios las escuelas los templos donde hombres ocupados todo el día en largar el entrecejo se palpan la bragueta dispuestos a la cacería

mientras en las habitaciones pulcras duermen los intelectuales desvelados
y los que padecen alguna enfermedad incluida la falta de ambición sueñan
sin ganas de sorprenderse por la milagrería cotidiana y el desespero
en hastíos cotidianos orinan de aburrimiento en el para qué de la existencia
esperando que la noche se haga alta para salir de su encierro

afuera pastan ya los perros por los jardines
los policías lo atraviesan todo hasta el miedo en los espectaculares
conocen bien el parpadeo de faldas y los tacones que se apuran
en la esquina    en toda esquina    hacia la esquina donde pocos deciden detenerse

calles habitadas por medias levantadas blusas cortas
el maquillaje presumiendo la sonrisa: 
—¡Hey   diabla!
—¡Lárgate que esta calle está ocupada y estos son mis dientes
mis garras y mi brillantina!

Hoy no hay más posibilidades que la redada para qué    Un pequeño rincón
la bragueta abierta y el policía se aleja tranquilo y relajado  
Me ha cogido en medio de la niebla En el pavimento se trazan las distancias tacón
contra tacón las pantimedias en las manos como semilla
y la ceniza de todo cigarrillo entintando cuellos:
—¡Hola papi! ¿Quieres divertirte?

Alumbran las minifaldas los escotes husmean la carne
olisquean el peligro de cada diente que se atreve apenas
calles arriba escaleras y colchones oxidados
Los ires y venires de aquellos que siempre cortan con su intención los horarios
—¡Para qué apurarnos!   ¡Déjame explorar tu cabellera!

y en los parques de cemento sonríen los desempleados
que esperan recoger migajas que los ancianos avientan a las palomas
se acurrucan cubiertos ya bajo cartones 
entregados al sueño al hambre y a la nicotina
ignorando el traficar de pieles y olores y líquidos que minan el ambiente
fragancias arropadoras
y voces desdibujadas gimiendo nubarrones:
—¡Dejen ya dormir, vayan a morirse hacia otro lado!

 


 

iii.
(años atrás todo parecía distinto)

hay que escapar
se dice la novia en el espejo
hay que escapar
acelera el ladrón de joyerías
hay que escapar
dice el hombre si el marido vuelve pronto a casa
hay que escapar de la ciudad
                                            pero nadie ha diseñado
la inescrupulosa ruta de escape

no, yo no te invitaré una cerveza
para arrancarnos la moral y alegrarnos y dejarnos llevar por los caminos de la carne
nos quedan tan sólo estos tres dardos:
¡Apunta bien!
que llega la mañana y su neblina
fantasmal
para abrazarnos
y ser la multitud de nuevo

no        yo mejor te invitaré un café
y me alegraré de escucharte latir todos los miedos
sacar los recuerdos a media luz
y disponer los dedos sobre cualquier pecho que decida levantarse
                                                           Hay que escapar de toda felicidad
que se presienta nueva y poco iluminada
por los radios y a todo volumen

escucha bien: se acabaron los taconeos    
ahora todas ellas fluyen alegres hacia los drenajes
y el sol arrecia con timidez
detrás de las cortinas

 


 

iv.

por las tardes el cansancio anida en la pajarera de los párpados
se hace ovillo en el corazón de los que se quieren
acitrona la sangre de los que se han bebido el desamparo
y poco les queda para entregar sin que les duela muy por dentro
las cantinas reverberan sus olores los preparan para darse valor

y en los parques de cemento los chiquillos aplauden
sus envalentonadas energías
mientras sus padres los observan
cabizbajos   sonrientes
llenos de esperanza en los arcoíris
en aquellas promesas de tesoros
al bajar la cuesta de colores imposibles

no hay indicios de las batallas cotidianas al caer la noche
en esos mismos parques
ellas esperan ansiosas y se esconden bajo los árboles
detrás de los juegos mecánicos para llenar de sudor la oscuridad
ahí se aprecia ahora el olor de la tinta verde que cambia de mano en mano
una sonrisa una nalgada como si fuéramos los grandes amigos que acaban de intercambiar amor:
—¡Sigue así y te veo la próxima quincena!
—¡Qué te aproveche, queridísimo!

 


v.
(ya no queremos fingir)

hemos trazado el mapa emocional de los ciudadanos
y ahora nos preocupan sus predicciones de desfiguros contactos o prolegómenos
para el silencio de la noche que se esparce por todas las colonias
la ciudad se alza en aletazos               y en el silencio del reloj
se consumen los días los años la historia el universo

hay que aprender del escarabajo que agita sus élitros
para romper lo cotidiano predilecto
y los ciudadanos no se apartarán ante toda sangre
pues buscan la diversión de su epopeya

los vagamundos incendiarios
reverberan valientes la ganancia por la muerte y la depravación
la voluntad en el destruir al otro y sin embargo
quedan los fantasmas sumidos en el templo
en el cerebro
en la emotividad de aquellos que Oh dios
arrastramos las luces mercuriales por el rostro

Oh dioses de la memoria colectiva
hay que ver cómo seguimos frenéticos cada silencio que nos perturba
para indagar nuestros instintos y consumirlos con todo atrevimiento:
                       ¡Un día eres así y al otro día… bueno...!

y el contacto social que medirá el descuido de todos aquellos amores terrosos
que dejan correr sus lágrimas por el subsuelo
con la mirada hostil que al despuntar el día corre su brillo sobre el asfalto
golpeando las paredes

y te descubre plena en la consunción de amantes
de enamorados fantásticos o fantasiosos hechos en el polvo
ese verdadero dios que un día presentimos
sería nuestra ¡Libertad!

 

 


 

 

La ira de la noche

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 
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